¿Quien puede resistirse a la posibilidad de visitar un bosque en pleno otoño y rechazarla? Pues eso mismo nos sucedió y caímos en la tentación de acercarnos a Puebla de Lillo para contemplar esta estampa otoñal que nos ofrece la montaña leonesa.
Es en este punto donde entramos en la zona del pinar cuyo acceso está restringido a 15 personas que con cita previa la hayan solicitado con cierta antelación.
Se le calcula una existencia de 4.000 años, lo que le convierte en una reserva única en la Cordillera Cantábrica donde el Pinus Silvestris crece en su hábitat autóctono.
Los árboles nos abren paso en la espesura.
Por tratarse de un pinar autóctono se combina diversidad de vegetación que hace más amena la travesía.
El exceso de humedad da origen a la formación de musgo que cubre piedras y riberas de arroyos.
Como se ha dicho anteriormente este bosque primario constituye la mayor reserva de pinus silvestris de la península ibérica.
No faltan los serbales.
Atravesamos un puente que nos permite cambiar de orilla.
En ocasiones el color amarillo es el que predomina.
Llegamos a una zona donde se concentran especies de Pinus Silvestris cuya edad supera con creces más de 150 años.
La forma más fácil de calcular la edad del pino es estudiar su tronco a través del número de anillos que lo componen. La técnica consiste en perforar con una barrena y contar los anillos según la muestra obtenida haciendo la equivalencia de anillo por año, siendo posible que el grosor de dicho anillo sea diferente dependiendo si se trata de años lluviosos o secos.
Su altura puede alcanzar con facilidad los 30 metros.
Dada su edad, los pinos dibujan formas singulares con sus ramas retorcidas conseguidas a lo largo del tiempo.
Como sotobosque destacan los helechos, los piornos, los brezos, los enebros rastreros o los arándanos.
Árboles de hoja caduca conviven con estos gigantes que sobreviven gracias a los huecos que les dejan.
También parece singular y atractivo este ejemplar gemelar.
Después de este otoño lluvioso proliferan por doquier toda clase de hongos, aunque a primera vista asombran los vistosos colores de algunas setas.
Pasito a pasito recorremos el pinar a través de amplios caminos cubiertos de hojas caídas y humedecidas por la fina lluvia que nos arreciaba en este día de paseo.
Sobre los árboles cuelgan espectaculares líquenes que le dan un aspecto siniestro y misterioso.
Reponemos fuerzas con una hogaza, chorizo y jamón de la zona por invitación del anfitrión.
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