Ya recuperados de las agujetas de la última salida, el
organizador nos tenía preparada una ruta fácil, cuya trayectoria en círculo nos permitía regresar al punto de
partida, combinando senderos y asfalto, e
incluso no ha faltado el espíritu peregrino
con la visita a la ermita de la Valdorria (para quien así lo vea). Durante el
primer tramo encontramos balizas que nos guían por el camino correcto.
Desde el casco urbano de la Mata de la Bérbula ascendemos por un camino habilitado para el tránsito de ganado, según muestran las huellas marcadas en el suelo, hasta llegar a un amplio abrevadero.
Hemos
recorrido cierto trecho que hace que nos alejemos paulatinamente del pueblo y
donde la maleza se hace dueña de parte del camino, aunque para paliar este problema Lucinio ya se
ocupó recientemente de podar la zona
para hacerla más accesible.
Volviendo
la vista atrás observamos algunos de los pueblos de la cabecera del valle del
río Curueño.
También
podemos asegurar que la primavera empieza a manifestarse y dar sus primeros
síntomas con la presencia de algunas flores en las urces más precoces y adelantadas.
Dejamos
la zona de monte para adentrarnos en la montaña, surgiendo a nuestro paso formas muy
caprichosas de rocas que nos invitan a imaginar incontables figuras: “¿puede
ser una rana con la boca abierta? O ¿la cresta de un gran dinosaurio? O más
bien ¿una avestruz abatida?”.
Despertamos
de nuestra ensoñación y debemos seguir a nuestros compañeros que se dirigen a
un otero que en su día fue testigo de enfrentamientos bélicos.
Encontramos
restos de lo que fueron trincheras en el 36 aún resistentes al paso del tiempo.
Inspeccionamos
el lugar palmo a palmo como si de verdaderos milicianos se tratara, apareciendo a nuestro paso edificaciones destruidas.
Por
estar en un punto alto si giramos podemos divisar otras localidades como la
Vecilla y su entorno.
La
próxima meta es la Valdorria y para llegar, nuestra ruta dibuja una gran S
horizontal que se adapta al relieve de la zona, sin que el desnivel sufra grandes desviaciones,
manteniéndose uniforme como muestra la foto, situándose casi a la misma
altura.
Nos
topamos con una placa conmemorativa con motivo de la pérdida de un montañero
leonés por la F.D. de Castilla y León.
Al lado del camino hay un viejo roble encajado entre una gran piedra donde no
se sabe si el árbol aprovechó una pequeña fisura y se adaptó al espacio
restante o por el contrario, fue el árbol quien desplazó a la piedra y le hizo
resquebrajarse aún más.
Nos adentramos
en la umbría de una de las partes del camino donde nos vigila imponente Peña
Galicia.
El
bosque aún está desnudo, desprovisto de hojas y en espera de su oportunidad
anual para vestirse con sus mejores galas.
Gracias
a esta circunstancia podemos seguir nuestro rumbo sin perder de vista el pueblo de la Valdorria, que
divisamos entre los robles.
De
hecho, aunque el invierno no fue muy húmedo, los líquenes hacen su presencia en
la cara norte en perfecta simbiosis con las formas arbóreas.
Estamos
en este momento en la primera curva de la gran S, quedando a la derecha el recorrido
hecho y a la izquierda, el que queda por
hacer.
Nos
vuelve a dar el sol y enfrente nos encontraremos, después de diversos quiebros, con
la peña sobre las que está edificada la ermita.
Los
primeros dientes de león hacen acto de presencia en los bordes del sendero, aún
tímidos y ansiando la necesitada lluvia que no llega.
El sol intenta colarse por todos los rincones logrando hacer juegos de luces y sombras que recuerdan el ambiente gallego propio de las meigas.
Ésta es la peña sobre la que descansa la ermita, que observamos desde esta panorámica opuesta y entre ambos lados media un pronunciado valle por el que discurre una corriente de agua que se cuela por una oquedad que termina a su vez en un salto de agua en Nocedo de Curueño, y que al final del trayecto tendremos la oportunidad de visitar.
Hay que reconocer la magnífica labor del hombre al construir este camino para hacerlo resistente al paso del tiempo y desafiando a la vez a la orografía del terreno con los materiales existentes en las inmediaciones.
Desde aquí vemos, al fondo, sobre el horizonte, la zona de trincheras que hemos registrado con anterioridad y es destino también, de algunos grupos con los que nos cruzábamos. Del mismo modo contemplamos la confluencia de varios valles.
Bueno, ya tenemos ahí a la Valdorria con su cara bonita orientada hacia el este en busca del sol de cada día y en especial, de cada mañana, siendo resguardada de las inclemencias del tiempo en su zona norte por ese gran macizo montañoso.
Más a nuestra izquierda divisamos unos bonitos chalets que rompen con la armonía general del resto de casas del pueblo y pertenecientes a un empresario leonés.
Un bonito valle que alimenta con sus aguas el arroyo que atraviesa estos parajes.
Una perspectiva diferente para contemplar la Valdorria.
Una perspectiva diferente para contemplar la Valdorria.
Las aguas comienzan a hacer su aparición reuniendo sus diferentes caudales al borde del camino.
Ya dentro del pueblo alguien sugirió tener contacto con los habitantes, y qué mejor lugar que el bar para tomar un refrigerio y mantener una pequeña conversación con los lugareños.
El cartel indicador nos señala las posibles opciones a escoger, aunque en este momento no hay lugar a dudas.
Nos alejamos de la Valdorria rumbo a la ermita famosa por su romería y precisamente ahora estamos en la otra orilla del valle de donde antes nos habíamos parado.
El camino se ha transformado en una senda más estrecha, con sucesivos altibajos y con escalones que suben y bajan.
De las escalinatas cuelgan bonitas plantas que se adaptan a la escasez del terreno y que no tienen nada que envidiar, en sus circunstancias, a cualquier geraneo que adorne nuestras ventanas.
Ya alcanzamos a ver la esquina de la ermita. Desde aquí podemos identificar uno de los tramos de la ruta ya recorrida, con Peña Galicia al fondo.
Por increíble que parezca, hemos accedido al campanario y hemos simulado el toque de campana. Aunque fue cosa fácil, ya que la ermita está perfectamente encajada en la montaña permitiendo acceso por las cuatro paredes.
Sobre la puerta aparece este escudo donde se representan distintas figuras esculpidas narrando escenas alusivas al tema.
Para abandonar el pueblo podíamos coger un atajo o por lo contrario, hacer una pequeña ruta visitando el "casco viejo" de la Valdorria, donde se ubica una gran casa de turismo rural, con excelentes vistas y una paz inigualable.
Dejamos átras el pueblo y seguiremos por la carretera que une a esta localidad con resto de la red de carreteras, aunque para ello debemos salvar una empinada cuesta antes de tomar el bocadillo sobre la ladera, tomar las ricas roscas de Mary-Carmen y paladear un poco de orujito.
Una vez que hemos coronado, nos damos cuenta de la carretera sinuosa que se nos presenta para bajar hasta Nocedo de Curueño.
El indicador nos informa que hemos recorrido 3 km por asfalto puro y duro.
En los alrededores existen originales estatuas a base de combinaciones de tubos y barras de hierro que destacan y alegran el entorno y simulan personajes como Don Quijote, una cabra montesa en pleno salto, quizás un papón, etc.
Las aguas que tocamos arriba en la Valdorria, podemos tocarlas nuevamente aquí, en Nocedo, en este bonito salto de agua que se asemeja a una gran cola de caballo, en un estrecho desfiladero que ha buscado el curso del río en su descenso y al que es imposible acceder sin recibir las salpicaduras o el ruido ensordecedor de sus aguas.
El acceso desde la carretera está perfectamente habilitado, en el que no falta puentes, pasarelas y sendas pisoteadas que llevan al visitante a la mismísima cascada.
Por contraste, podemos comparar con estas bellas imágenes de pleno invierno donde las aguas se convierten en fríos y duros hielos en forma de chupiteles.
Desde aquí y con una sensación de remanso en el cuerpo sólo nos quedaba llegar al coche y como colofón: una larga, relajada y dialogada sobremesa en uno de los bares de la zona.
Lo de La Valdorria no se dice, sólo Valdorria sin más o ermita de San Froilán.
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