miércoles, 18 de abril de 2012

Fontañán


Para este domingo la ruta que hemos decidido fue la de la subida desde la localidad de Olleros de Alba a Fontañán.


                Aunque  hasta ahora hemos tenido unos días de bonanza climática, precisamente hoy la helada se hace notar en el ambiente y en consecuencia en nuestro cuerpo. Por doquier aparecen charcos cubiertos de hielo y a medida que avanzamos encontramos las huellas de senderistas  que,  por el azote de la helada nocturna, se han petrificado momentáneamente hasta la aparición de los primeros rayos solares.



El recorrido es de 11 km,  de una duración aproximada de 5 horas, alcanzando 1.600 m de altitud en el extremo más alto y caracterizado este lugar por  unas vistas excelentes y por su importancia histórica. Continuamente está señalizada con balizas como ésta.



Gran parte de la ruta discurre paralela al arroyo, dejándolo en todo momento a nuestra izquierda y en ocasiones  tenemos que pisar parte de su caudal, aunque artificialmente se han  preparado acequias que conducen el agua adecuadamente para que no invada el camino.
Al principio vemos algún canal cuya finalidad es  aprovechar el agua en su uso para el regadío de praderas  o pequeños huertos cercanos.

  

Pronto nos sorprende una pequeña cascada, “El Salto”,  desde donde se aprecia cómo el valle se va estrechando cada vez más hasta convertirse en una hoz. 


  A su alrededor crecen chopos, sauces y otras especies propias de las riberas de los ríos que en una explanada propicia son  utilizados para dar sombra en un merendero con mesas, bancos y barbacoas.


  
Seguidamente se continúan diversos desfiladeros destacando el “Callejón de Castrillos”










Pasado este tramo, parece que el valle se abre y da paso a nuevas vertientes.




En todo momento nos acompaña el murmullo de las aguas del arroyo, cada vez más apagado a medida que ascendemos. Su curso discurre oculto entre la vegetación de helechos ya caducos por la estación del invierno.


  
Aparecen  fuentes habilitadas para su consumo, donde no falta hasta un cazo para quien lo necesite y unos bancos para descansar  y degustar las frescas aguas.

El cambio de vegetación respecto a las hoces es notable: las encinas desaparecen para dar paso a robles y matorrales.



A nuestra espalda dejamos la proyección de los rayos solares y el camino recorrido, perfectamente apto para el rodaje de vehículos hasta la cima y hasta el comienzo del cresteo.


Percibimos las consecuencias de las nieves de los dos  días anteriores en la cúpula de los montes.




También en las rocas surgen oquedades que posiblemente sean utilizadas por los animales que habiten en el lugar, como zorros, pues sobre la nieve hemos visto sus huellas marcadas.





De nuevo vemos abrevaderos  para el ganado y en esta ocasión  es de reciente fabricación.



Destrozamos con nuestros bastones todo la placa de hielo que recubre el pilón que alcanza más de 1 cm. 



A nuestras espaldas nos espera el pico de Fontañán  que descubrimos cubierto de nieve.




Tenemos que afrontar varias circunstancias adversas: la empinada cuesta, la resbaladiza nieve y  la zona embarrada que se ha reblandecido con la aparición de los primeros rayos solares que nos obligan a caminar por los laterales para avanzar con mayor facilidad.



Llegamos a una de las lomas y la representación infantil del grupo  hace, simbólicamente, la cara de un muñeco de nieve sobre la roca.


Empezamos a bordear para encaminarnos a nuestro objetivo y desde aquí vemos la sucesión de diferentes montes.





Encontramos algunos paneles informativos que nos muestran la vegetación y fauna de la zona.





Continuamos teniendo nieve en el camino y charcos con hielo que pisoteamos  con agrado.



Llegamos a un punto en el que distinguimos a localidades del valle de Gordón y enfrente a Fontañán, al que accederemos por sendas  en sustitución  al camino ancho que nos acompañó hasta este momento.



Pueblos como Huergas.



La cabeza del municipio: Pola de Gordón.



O los Barrios de Gordón.





Continuamos la subida entre pequeñas urces que bordean el sendero.




Ya nos espera Iván en lo alto del primer montículo.



Alrededor existen trincheras que surcan la superficie de la cima y fueron testigos de la guerra civil del 1936, perfectamente definidas sobre el terreno. 



También construyeron pasadizos que comunicaban un lado con otro y así poder controlar, de este modo, diferentes ángulos del espacio.



Observamos a lo lejos Brañacaballo que se yergue sobre todos los demás picos.




Es el momento de estampar una firma en el libro para dejar constancia de nuestra presencia en el pico.





Más hacia el oeste hay otra zona de trincheras más elaboradas con la utilización de hormigón para la construcción de verdaderos bunkers defensivos.





Se accede por una entrada simulada entre la roca.





Desde aquí podían disparar, sin arriesgar su vida, aprovechando las aperturas que lo rodean.





Desde este pasadizo se llega a un hangar espacioso en forma semicircular.



En el exterior, el aspecto del bunker es como si se  internara en la roca.


También hay pasadizos externos, no cubiertos, con mirillas aptas para su uso.





El resultado de mirar por estos ventanucos puede ser este.




Se domina, según donde se mire, la comarca de la Magdalena, el valle Fenar, la Robla, y el valle de Gordón y con estas vistas es hora de comer un pequeño taco y el postre típico de Semana Santa: las torrijas.
Durante el almuerzo pensamos sobre la repercusión que tuvo esta guerra en la historia de España, en su momento y posteriormente, es por ello que todos los afectados se merecen un homenaje puesto en boca de Serrat y en la pluma de Miguel Hernández, poema titulado “Nanas de la cebolla” y dedicado a su hijo que sufre el hambre y la falta de cariño por la ausencia de su padre encarcelado.


                                   


Comienza el descenso, aunque  decidimos no volver por nuestros pasos, sino coger un atajo que nos lleve al punto de partida, dejando al norte las trincheras.



Bajando nos encontramos con una explotación caliza.



Pasamos de la montaña al monte, que ha sido pasto de las llamas en alguna ocasión.





Echamos un vistazo atrás.



Más abajo, giramos a nuestro alrededor y vemos tanto Fontañán como el valle por el que hemos ascendimos.




Aún nos queda un poco de trecho hasta llegar al pueblo y antes hemos de pasar por un pequeño redil.



Ya aparecen las primeras casas de Olleros de Alba.




En una de las curvas aparecen las grandes chimeneas que identifican a la Robla y más cerca, a Llanos de Alba.














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