Empezamos la ascensión a finales
de Noviembre y desde Villanueva de Pontedo
en un día soleado. Nuestra meta era llegar a Brañacaballo que se
caracteriza por ser un conjunto de
montañas cuya cumbre principal alcanza los 2.182 metros de altura, siendo la
montaña más alta entre el Macizo de Peña Ubiña y los Mampodres. En la siguiente
foto vemos a Villanueva que progresivamente va despertando y abandonando paulatinamente la fuerte helada
que le dejó la noche, como se puede
observar en la zona donde aún no ha salido el sol.
Avanzando
y subiendo descubrimos algún que otro pueblo vecino.
También pudimos observar, a lo lejos, el efecto devastador
del incendio ocurrido durante el verano anterior que consiguió carbonizar parte
del monte.
A nuestro paso encontramos diversos
riachuelos que fluyen con aguas cristalinas y frías que producen un sonido
característico como consecuencia de la pendiente que tienen que salvar hasta
llegar al río Torío.
La naturaleza no deja de sorprendernos con su
atractivo colorido, una muestra de esto es este espino con sus innumerables
frutos rojos que atraen la vista. Para los que no los saben, en esta época de
año pasan a llamarse “mimas” donde su sabor dulce y pegajoso es la delicia de
cualquier paladar. La extracción de esta
sustancia requiere cierta técnica porque de lo contrario te comerías más
pepitas que otra cosa, así, hay que saber que las pepitas se concentran en la
parte delantera y es necesario apretar justo en el lugar que las obligues a
quedarse en la cápsula y de esta manera por el efecto de la presión el resto
sale al exterior en forma de una masa homogénea, un poco densa, muy similar a
la mermelada y de un sabor exquisito. Aunque hay que tener en cuenta que
también se pasan como cualquier fruta, por lo que hay que escoger el momento
ideal de su recolección y desechar aquellas que tengan un rojo no intenso que
se acerca ya más al marrón.
La
ruta la dividiría en dos etapas principalmente atendiendo a la distancia que
alcanza nuestra vista, de esta manera la primera la constituiría desde el
pueblo hasta ese macizo montañoso gris claro que se ve a la izquierda.
Abajo dejamos el pueblo y su valle.
Ya hemos llagado a ese macizo y se
puede comprobar más de cerca las consecuencias del fuego.
Para combatirlo tuvieron que
improvisar estos cortafuegos como indica el reciente movimiento de la
tierra, salvando la pala excavadora esta
elevada pendiente, entre otras....
Hemos superado esta primera etapa
después de hora y media de caminata y al coronar la cima nos adentramos en el
paisaje de otra vertiente fluvial, el Bernesga, de forma que según donde
miremos tendremos una u otra vista.
La segunda etapa es llegar al
mismísimo pico Brañacaballo que se divisa en la siguiente foto cubierta de
nieve en una pequeña parte.
Hasta el aprisco
el camino es bueno, ancho y de fácil recorrido, independientemente del desnivel
que exista, donde a medida que avanzamos podemos descubrir, detrás del monte, la
localidad de Rodiezmo.
Nos aproximamos al aprisco construido
en una amplia llanura, observamos el estado de deterioro en que se encuentra y el agua fresca que fluye de un arroyo cercano, ideal para recargar nuestras botellas con tan rico reconstituyente que nos ofrece la naturaleza.
Desde este momento la subida es
más pronunciada teniendo que ir esquivando los pequeños matorrales que nos
vamos encontrando a nuestro paso, zigzagueando en busca de una pisada más
segura y menos dificultosa.
Volviendo
la vista atrás nos damos cuenta dónde quedó esa primera etapa: allá.. a lo
lejos y además, allí… abajo. Es esa zona pequeñita totalmente a la derecha que no tiene vegetación.
Por fin llegamos arriba, exhaustos
de cansancio después de este duro sprint que supone el último tramo. Cada uno
de nosotros ha coronado la cima a su ritmo, sin esperarnos para no romper la
marcha individual y afrontar la subida de la forma más llevadera posible, sin
pausa pero sin prisa. Es por ello que, una vez arriba el corazón nos late “a
toda pastilla” y los pulmones parecen no dar abasto para oxigenar todo nuestro
cuerpo, pero la recompensa es poder recrearse con las siguientes vistas desde
distintos ángulos.
Como testigo de encontrarnos en
el lugar más alto figura este montículo de piedras en el que cada uno va superponiendo
una nueva pieza.
Una vez recuperado el aliento y las fuerzas con un buen “bocata”,
decidimos permanecer aquí lo menos
posible y reanudar la marcha. El cuerpo comienza a perder temperatura al
detenerlos, a lo que se suma los grados que hay a esta altura en la que nos
encontramos donde corre cierta brisilla fresca. Muy a pesar de algunos que, por
llegar los últimos, apenas han tenido tiempo para comer tranquilamente ni para
tomar un respiro (y con razón porque la cuestita se la traía…) iniciamos el
descenso para regresar de nuevo al punto de partida.
El
recorrido es a la inversa a excepción de alguna pequeña variación y con la
diferencia de que es más rápido por tratarse sólo de bajadas continuas en las que hasta nos
permitimos tomar ciertos atajos y descender por pronunciados cortafuegos como éste.
Ya cerca del pueblo volvemos a encontrarnos con vacas que
pastan a sus anchas por estas laderas,
con caño incluido para saciar su sed y donde teníamos que tener
muchísimo cuidado de no resbalar por el hielo acumulado en las zonas más lisas
del camino e ir bordeando por las orillas para hacer más pie al andar.
Bueno, aquí termina el periplo de una mañana de domingo en
la que hemos empleado cinco horas largas
hasta ascender a Brañacaballo entre ida y vuelta, descansos, comentarios,
disfrute de un tentempié en las cumbres de las montañas leonesas y la contemplación
de la naturaleza en la que no faltó algún corzo oculto entre la maleza quemada.
El ascenso puede hacerse desde
diferentes puntos de arranque lo que determinará su mayor o menor dificultad,
mayor o menor desnivel e incluso su mayor o menor accesibilidad. De hecho, nos hemos encontrado con varias personas que
se dibujaban en el perfil de la cumbre antes y después de llegar nosotros.
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